me enseñaste que una mirada sería nuestro idioma de amor,

que tus saltos eran la manera más pura de compartir conmigo tu felicidad sin pudor.

Tu silencio, más que palabras,

era el consuelo perfecto en mis tristezas,

siempre a mi lado, sin esperar nada, solo brindándome tu calma y tu nobleza.

Fuiste mi refugio en la tormenta,

el amigo que no pide, pero que lo da todo,

y en tu compañía encontré la fuerza que solo un amor tan puro puede dar.

Mi dolor era tu dolor, mi felicidad era tu felicidad.

Ahora dime que hago sin tu presencia.

Cuanto tiempo pasara para volver a sonreir

en honor a ti, te prometo que viviré los mejores recuerdos y aunque ya no estés, tu esencia me abraza,

y en cada rincón de la casa seguiré buscando tu paz.

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